El niño que se curró la gloria – Cultoro
Sergio Galán atraviesa su octava Puerta Grande de Madrid con tres orejas con una mala corrida de Bohórquez que sólo tuvo un toro bueno; oreja a la raza de Lea y de vacío un Hermoso sin material
De aquel niño que montaba a caballo antes de caminar y jugaba a ser alguacilillo en los pueblos de La Mancha al que hoy atravesaba la Puerta Grande de Madrid por octava vez en su carrera han pasado por la vida de Sergio Galán sinsabores y dulzuras, pero jamás, ni en los momentos de triunfo, ni en los de decepciones ha suprimido de su lista de valores un vocablo fundamental: trabajo. La constancia de querer ser, la tenacidad de alcanzar las metas y la capacidad de soñarlas aún más grandes han hecho del taranconero un figurón del toreo que jamás se ha fallado a sí mismo. Ni en la plaza ni en los despachos. Por eso no tiene problemas en mirarse al espejo cada noche, y eso es más de lo que pueden decir muchos.
Desde aquel primer cartel en Los Hinojosos -por el que siempre está agradecido al entonces alcalde y jamás ha olvidado- a la rotunda actuación que firmó hoy con el mejor Bohórquez del encierro han pasado veinte años. Mientras iba lloviendo por ellos, Galán elegía el caballero que quería ser, el toreo que quería realizar, los objetivos que quería cumplir y el hombre en que se quería convertir. Y curró para lograr todos y cada uno de los hitos del camino. No lo debe haber hecho muy mal ese chaval risueño y educado que guarda el carácter para quien lo tiene que sacar, porque del tipo que soñó ser al que finalmente es la variación es muy poca. Elegante, comedido, generoso en la actitud pero parco en alharacas, fino en la comunicación con los caballos para torear. Y torear sin buscar la complicidad del tendido más lisonjero. Porque recibir el premio a lo que no considera complicado sería exigirse muy poco y haber invertido muy mal media vida de trabajo.
El niño que ayer sostenía orejas y rabos para entregar a quienes admiraba se ha convertido hoy en el admirado por todos. Y lo ha logrado a base de ofrecer la grupa templada de Amuleto al cadencioso segundo que le salió a Fermín para salvarle los muebles. En la puerta de chiqueros lo esperó para que se fuese por otro lado, pero el toreo tiene paciencia cuando se tiene tan claro, y los medios fueron testigos de dos recortes que fueron trincherazos antes del clavar el rejón. Y cayó arriba. Ya sabía Sergio lo que tenía entre las manos. Porque haber currado tanto es lo que tiene; que sabes cuándo se te acurruca la gloria en la mitad de una mano.
Por eso cuando se montó sobre Ojeda ya sabía Sergio que lo iba a cuajar. El tordo lusitano de baja alzada y corazón caliente le ofreció sin un mohín el pecho entero a los dos pitones, le rodó el pitón para colocarlo y se lo dejó luego debajo de la barriga para templar la exposición. Madrid en pie. Y aún no había clavado. Pero cuando lo hizo, con la banderilla enhiesta en la plenitud del lomo, Ojeda ya se había adueñado de la embestida con ritmo, del acompasado trotar con ese pasar delante de la cara con delicado valor, sin crispar ni escorzar el gesto. Era elegante el toreo de Galán, era templado y era generoso en la entrega, como lo fue Titán para hacerle el toreo en corto y ralentizarle las piruetas en la misma cara para que nada desentonase del concepto traído a escena. Fue Óleo el que le dejó ese momento volcado sobre el animal para que lo reventase de un rejonazo el que ya tenía el premio mayor. Y fue rotundo. Tal vez el más rotundo de sus ocho veces en Madrid.
Pero aún quedaba un toro, y esta vez se comió el malo. Manso, defensivo y sin voluntad de trotar, se encontró el Bohórquez con el trabajo de aquel niño que sabía que para torear templado hace falta lidiar correas. Apostó, además, por los reservas de lujo de su portentosa cuadra, y la calidad los convirtió en ganadores. Lo hizo con Embroque quebrando pasadas; lo hizo con el gigantesco Apolo que igual quiebra que expone que levanta Las Ventas en un tierra a tierra de puro corazón y en dos pares a dos manos. También con este había que triunfar y el curro del niño tenaz le puso otra oreja en la mano.
Como la que cortó Lea Vicens a base de raza y decisión con dos toros de acusada mansedumbre que a punto estuvieron de meterla para adentro antes de tiempo. Fue con el tercero de corrida, en una protesta de Jazmín que el toro aprovechó para meterse debajo, voltear a caballo y amazona y propinarles en el suelo una soberana paliza. Fue el único momento en que se entregó el animal. Lo demás fue arrear y parar para hacer estéril el esfuerzo de la gala. Pero al menos tuvo su recompensa con el sexto, que no fue de mejor condición, pero sí se encontró a una Lea más asentada. Dolorida y magullada, pero consciente del escenario, también a Vicens le recordó el negro toro por qué curra cada día, y por qué pone a punto a Bach para ponerlo en ritmo con un sólo rejón. No hubiera aceptado el segundo. Porque su trote cansino y su feble nobleza dio sólo para andar con digna voluntad, clavar arriba y llevarse el cariño de Madrid tras el medio rejonazo que hoy le valió.
A Pablo Hermoso, sin embargo, ni eso. Después de tantos años currando, de su alianza probada con el Diablo para mantenerse sin aflojar, hoy Belcebú y Fermín le soltaron dos mansos que ni Disparate ni Berlín consiguieron hacer brillar. Con dos silencios se fue de Las Ventas el que más logros ha conseguido por currar y currar desde niño, pero Pablo y su magisterio poco lo van a notar.
Notará -o debería- el triunfo rotundo el niño que decidió alcanzar la gloria y le puso a la empresa todo el tesón. Sólo y sin maestro que guiase sus pasos, domando a puro huevo y toreando por sentido común para alcanzar hoy de nuevo una gloria que puso el cénit de su carrera veinte años después de todo. Y con amplio margen para mejorar, porque el curro de aquel niño morirá cuando muera él.
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